domingo, 26 de abril de 2009

Irikaitz, el taller al aire libre de los hombres primitivos


San Sebastián.- Cae la tarde de un día de verano, hace 250.000 años. Unos ciervos beben en el río, ajenos al acecho del grupo de humanos acampado, como cada temporada, junto al cauce, donde las huellas de sus actividades darán lugar con el tiempo a Irikaitz, uno de los yacimientos a cielo abierto más antiguos de Europa.

Álvaro Arrizabalaga dirige desde hace una década las excavaciones en este paraje idílico, situado en un entorno rural entre el núcleo urbano de Zestoa (Guipúzcoa) y el barrio de Lasao, a muy poca distancia de la cueva de Ekain, recientemente declarada Patrimonio de la Humanidad por sus excepcionales pinturas rupestres.

Irikaitz es un yacimiento "realmente extraordinario" debido a sus restos del Paleolítico Inferior, durante el que pequeñas bandas de "homo heidelbergensis" -una especie humana más antigua que el hombre de neandertal- acamparon asiduamente sobre esta verde colina que desciende en una pendiente suave hacia el curso medio del río Urola.

Protegido de la intemperie por los montes cercanos, el enclave reúne una serie de condiciones naturales que lo hace muy adecuado para vivir. "Es un cazadero muy bueno porque hay un estrechamiento en un meandro del río y, si se acosa hacia allí a los animales que acuden a beber, no tienen escapatoria", explica Arrizabalaga.

Las cercanas aguas termales, que durante todo el año fluyen a 38 grados y de las que todavía hoy se puede disfrutar en el prestigioso balneario de Zestoa, fueron otro argumento de peso para nuestros antepasados, quienes sin duda también encontraron atractivo el lugar por su clima templado y la abundancia de especies vegetales.

Además, la relativa abundancia de rocas volcánicas, muy escasas en otras zonas, con las que confeccionar sus útiles de piedra hace pensar a los arqueólogos que Irikaitz fue una especie de "taller" al aire libre, donde los antiguos crearon unas herramientas muy primitivas en los primeros asentamientos del Paleolítico Inferior, hace unos 250.000 años.

Estos útiles se hicieron mucho más complejos en el Paleolítico Superior cuando, hace 25.000 años, durante el período Gravetiense, se asentaron en el lugar humanos modernos: "homo sapiens", completamente iguales a nosotros que desarrollaron complejas relaciones sociales.

Por el contrario, los primeros moradores del lugar, los "homo heidelbergensis", eran muy poco numerosos y formaban pequeñas "bandas" de una docena de miembros que, según Arrizabalaga, vivían en campamentos "muy provisionales" y se encontraban siempre "en el umbral de la supervivencia".

Eran cazadores y recolectores que, por su escaso número, no podían permitirse el lujo de especializarse en tareas concretas. Todos los miembros del grupo sabían hacer un poco de todo y contribuían al bienestar del conjunto "con lo que hiciera falta", tallando, recogiendo alimento o cazando.

Las condiciones de vida eran tan rigurosas que un invierno un poco más frío de lo habitual podía terminar con todo el clan, lo que les obligaba a que hasta los más pequeños tuvieran un importante grado de autonomía.

Probablemente, los niños de 5 y 6 años ya sabrían "cosas tan elementales" como encender fuego y qué frutos y bayas eran comestibles, porque el grupo no podía permitirse el "lujo" de mantener a un miembro improductivo.

Por el momento sólo podemos conjeturar hipótesis sobre todo ello, comenta Arrizabalaga, aunque se muestra convencido de que los restos olvidados durante siglos en la vega del Urola harán posible que los arqueólogos conozcan cada año un poco mejor a estas personas que forman parte de nuestro propio pasado.

Fuente: soitu.es

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