lunes, 9 de noviembre de 2009

Los primeros euroasiáticos vienen a España

Homo georgicus

Investigadores españoles preparan una exposición sobre el 'Homo georgicus' en Tiflis que después llegará a Madrid

En 1983, en una aldea medieval enclavada en un rincón de la Unión Soviética pegado a Turquía, apareció un diente enorme. Los arqueólogos que excavaban el yacimiento no entendían nada. En aquel asentamiento situado en la encrucijada entre Europa, Asia y África había ruinas del Medievo, tumbas mongolas, restos de la Edad de Bronce y vestigios de la Ruta de la Seda.

Pero aquel diente no era de un gigante mártir cristiano, ni de un bisnieto de Gengis Kan, ni de un pionero de la orfebrería. Era de un rinoceronte del Pleistoceno. Un año después, apareció una rudimentaria herramienta de piedra. Bajo aquella aldea, Dmanisi, hoy en el territorio de Georgia, se encontraban los vestigios más antiguos de los primeros humanos que salieron de África.

Desde entonces, han aparecido cinco cráneos de individuos que vivieron en la región hace 1,8 millones de años, centenares de útiles toscos y fósiles de animales extintos. Para una parte de la comunidad científica, Dmanisi pudo ser una especie de fonda en el viaje de los homininos desde África a Europa. Medio millón de años después, el Homo antecessor ya dominaba la Sierra de Atapuerca, en Burgos.

Y los cráneos de Dmanisi están a punto de hacer el mismo viaje que sus descendientes. Las cabezas de los primeros euroasiáticos nunca han salido de Georgia, pero a partir del verano de 2010 podrían recorrer el camino hasta Madrid.

Una veintena de científicos españoles está preparando en el Museo Nacional de Georgia, en Tiflis, la primera exposición sobre los fósiles de Dmanisi. Será la puesta de largo del Homo georgicus, una todavía controvertida nueva especie humana descrita en 2002 para definir los restos encontrados en Georgia. La intención de los mecenas de la exposición georgiana, la Fundación Duques de Soria, que gestiona el dinero de la cooperación cultural entre España y Georgia, es que cuando la muestra cierre sus puertas en Tiflis los primeros euroasiáticos viajen hasta el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid.

Será una ocasión única para mirar cara a cara a la especie que ha descuajaringado el árbol evolutivo humano. Los fósiles desenterrados en Dmanisi han servido a los investigadores del yacimiento de Atapuerca para elaborar una nueva teoría que revienta la del Out of Africa. Según esta hipótesis, los primeros humanos, el género Homo, pudieron surgir en Asia, no en el continente africano, como se sostenía hasta que llegó Dmanisi.

El secretario general de la Fundación, José María Rodríguez-Ponga, explica la dificultad de traer los cráneos desde Tiflis hasta Madrid. Los restos han permanecido ocultos bajo la tierra durante 1,8 millones de años, y exponerlos implicará iluminarlos.

"Son las mismas dificultades que se afrontaron en 2003, cuando se organizó una exposición con los fósiles de Atapuerca en el Museo de Historia Natural de Nueva York", opina. "A EEUU viajaron fósiles originales de Homo antecessor, y a Madrid vendrán algunos de los cuatro cráneos de Homo georgicus", vaticina.

Rodríguez-Ponga habla de cuatro cabezas porque, oficialmente, la quinta no existe. Actualmente descansa en un estante a la espera de que el director del yacimiento, David Lordkipanidze, anuncie el descubrimiento en una publicación científica. "Si el quinto cráneo viene a Madrid, será un bombazo", auguran otras fuentes.

Dmanisi es una especie de meca para los investigadores españoles, pero también un segundo hogar. La paleoantropóloga María Martinón-Torres, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, en Burgos, estaba en Tiflis el verano pasado cuando los aviones rusos bombardearon Georgia. La científica de Atapuerca, junto a otros miembros de la expedición española, consiguió subir al último avión que despegó de la capital georgiana. Unas horas después, un misil destrozó una de las pistas.

Sus colegas georgianos se quedaron en Tiflis. Y algunos de ellos fueron llamados a filas. Como Giorgi Bidzinashvili, que habla español gracias a sus estancias en la Universidad Autónoma de Madrid. En agosto de 2008, soltó las herramientas de piedra del Homo georgicus que estudiaba y empuñó un fusil Kaláshnikov. Era su tercera guerra.

El encarnizamiento del Ejército ruso con la población georgiana paralizó la actividad en el yacimiento. Y este año tampoco se ha excavado. Sin embargo, los científicos retomarán los trabajos el próximo verano.

Hay mucho por hacer. Todos los fósiles desenterrados en Dmanisi se han encontrado en un espacio de unos 80 metros cuadrados, pero el yacimiento ocupa una superficie de varias hectáreas. Bajo la tierra deberían hallarse las respuestas a algunas preguntas que martillean la cabeza de los investigadores.

Una de las mandíbulas encontradas en el pueblo medieval, la conocida como D2600, es muy diferente al resto. Desconcertantemente distinta. Una posibilidad es que el físico de los machos y las hembras de Homo georgicus fuera muy dispar, como en el caso de los gorilas. Y la otra alternativa es que la quijada no pertenezca a esta especie, sino a otra, lo que implicaría un nuevo susto en la evolución humana.

"No podemos descartar que en Dmanisi coincidieran en el tiempo y en el espacio dos especies diferentes, con nichos ecológicos distintos", señala Martinón-Torres. La investigadora de Atapuerca estuvo el pasado mes de septiembre en Tiflis preparando la exposición y volverá el próximo verano a la sala del champán de Dmanisi. Este pequeño parche de tierra, núcleo del yacimiento, ha sido bautizado con este nombre porque cada vez que se descubre un nuevo fósil humano los georgianos vierten sobre la arena un chupito de Moët & Chandon o similares.
Un viejo desdentado

En 2004, Martinón-Torres se encontraba en la sala del champán cuando asomó una mandíbula desdentada. Los dientes no aparecieron, porque se desprendieron de su dueño hace 1,8 millones de años. Según los investigadores, la quijada perteneció a un anciano mellado que vivió durante años sin dentadura, en una época en la que no existían las sopas de ajo. Alguien alimentó al viejo Homo georgicus en el ocaso de su vida. Esta mandíbula, el primer testimonio de solidaridad entre los seres humanos, será otra de las joyas de la exposición.

Pero los fósiles no monopolizarán la muestra. El catedrático de Prehistoria Javier Baena, de la Universidad Autónoma de Madrid, es uno de los encargados de seleccionar las herramientas más representativas de la cultura de los primeros euroasiáticos. Los homínidos de Dmanisi eran achaparrados, y su capacidad craneal era de tan sólo 600 centímetros cúbicos, frente a los aproximadamente 1.400 de los humanos modernos. Sin embargo, se las apañaron para desarrollar una rudimentaria cultura, basada en la caza y en la talla de bastos útiles.

Baena ha analizado el conjunto de utensilios encontrado en Dmanisi y se ha topado con que hay dos tipos de tallas completamente diferenciables entre sí. Una, más tosca, se corresponde con artefactos elaborados hace 1,8 millones de años. Otra, más avanzada, se situaría en al menos 1,5 millones de años. Las conclusiones de su estudio sugieren que en la región vivieron dos poblaciones, con culturas distintas. Y, además, son un espaldarazo para los que creen que, en realidad, Dmanisi era la morada de dos especies diferentes de homininos.
Un príncipe destronado

"Cuando los georgianos empezaron a analizar los fósiles encontrados en los noventa, no tenían ni idea de qué tenían entre manos. Se parecía a un Homo habilis, pero no era. También se asemejaba a los Homo erectus, pero tampoco era. Posiblemente estemos hablando de un eslabón intermedio", explica Baena. Y, como añade Martinón-Torres, en la comunidad científica crece la corriente de los que piensan que Homo habilis, el primer humano surgido en África, era en realidad un Australopithecus. Así que Homo georgicus, nacido en Asia, ocuparía el lugar de este "príncipe destronado" como primer representante conocido del género Homo.

Hasta la explosión de fósiles de Dmanisi, se pensaba que el primer hominino que abandonó la cuna africana, hace un millón de años, fue el Homo erectus, con un físico poderoso y armado con los bifaces achelenses, una tecnología tan avanzada en la época como los fusiles del Ejército de Estados Unidos en la actualidad. Ahora, los científicos tienen que explicar cómo un hominino canijo, pertrechado con un puñado de pedruscos, pudo conquistar Asia un millón de años antes. La exposición de Madrid tendrá que ofrecer unas cuantas respuestas.

Fuente: publico.es




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