La presencia de un nuevo tipo humano, descubierto el año 2003 en la isla de Flores (Indonesia), desconcertó a la comunidad científica. Era muy reciente, de hace sólo 18.000 años, medía un metro de altura (como los hobbit de Tolkien) y tenía un cerebro de tamaño menor al de un chimpancé. Las herramientas que lo acompañaban eran las esperables para ese periodo, pero no para ese cerebro de 380 cc. ¡Algo impensable!
Había que dar explicaciones: se trataba de una temprana emigración de homínidos de cerebros pequeños (H. habilis o similar), que en un ambiente insular (como ocurre con otras especies) se adaptó reduciéndose en cabeza y cuerpo. Pero que un humano reduzca su cerebro es como pedir a una hiena que se haga vegetariana. Aceptar que el camino de la encefalización en nuestro género no es una vía de una sola dirección cuesta admitirlo. Su pequeño cerebro no le impedía cazar liebres gigantes o elefantes enanos, que poblaban la pequeña isla.
La opinión mayoritaria ha sido (y sigue siendo) la de los partidarios de la nueva especie. Numerosos artículos científicos estos años han ido describiendo los fósiles (clavículas, mandíbulas, pies, etc.) y aportando pruebas de la validez del trabajo de los primeros descubridores (los australianos Brown y Morwood).
Ahora, sin embargo, el antropólogo de la Universidad de Columbia Ralph Holloway afirma, en base a análisis de tomografía computerizada sobre el cráneo, que el individuo que da nombre a la especie es en realidad un Homo sapiens moderno afectado por microcefalia de origen patológico.
El trabajo, publicado este mes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, compara el cráneo de Flores con niños y jóvenes microcefálicos actuales, llegando a la conclusión de que todas las medidas obtenidas por resonancia magnética encajan con esa patología que produce pequeños cerebros, y solo en los Australopithecus, de más de tres millones de años, se encuentran valores similares a los del cráneo indonesio. Los resultados de Halloway se alinean en gran parte con las dudas manifestadas desde el primer momento por el reputado paleontólogo Teuku Jacob, que siempre afirmó que el denominado “hobbit” era un pigmeo austromelanesio afectado por microcefalia.
Buena parte de las controversias se han debido a la ocultación de los fósiles y a la instrumentalización política. Equipos y países enfrentados que intentan impedir que la ciencia fluya bajo una premisa de abierta colaboración y respeto. Es probable, como afirma María Martinón (CENIEH), que la solución al enigma de Flores sólo pueda encontrarse mediante la colaboración entre equipos y disciplinas científicas diversas.
En España tenemos un caso similar. Estos días ha estallado de nuevo la polémica respecto a un presunto cráneo humano en Orce (Granada) hallado en 1992, al denegar la Junta de Andalucía la excavación a un equipo internacional. ¿Tan difícil es dejar que los científicos hagan su trabajo?
Había que dar explicaciones: se trataba de una temprana emigración de homínidos de cerebros pequeños (H. habilis o similar), que en un ambiente insular (como ocurre con otras especies) se adaptó reduciéndose en cabeza y cuerpo. Pero que un humano reduzca su cerebro es como pedir a una hiena que se haga vegetariana. Aceptar que el camino de la encefalización en nuestro género no es una vía de una sola dirección cuesta admitirlo. Su pequeño cerebro no le impedía cazar liebres gigantes o elefantes enanos, que poblaban la pequeña isla.
La opinión mayoritaria ha sido (y sigue siendo) la de los partidarios de la nueva especie. Numerosos artículos científicos estos años han ido describiendo los fósiles (clavículas, mandíbulas, pies, etc.) y aportando pruebas de la validez del trabajo de los primeros descubridores (los australianos Brown y Morwood).
Ahora, sin embargo, el antropólogo de la Universidad de Columbia Ralph Holloway afirma, en base a análisis de tomografía computerizada sobre el cráneo, que el individuo que da nombre a la especie es en realidad un Homo sapiens moderno afectado por microcefalia de origen patológico.
El trabajo, publicado este mes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, compara el cráneo de Flores con niños y jóvenes microcefálicos actuales, llegando a la conclusión de que todas las medidas obtenidas por resonancia magnética encajan con esa patología que produce pequeños cerebros, y solo en los Australopithecus, de más de tres millones de años, se encuentran valores similares a los del cráneo indonesio. Los resultados de Halloway se alinean en gran parte con las dudas manifestadas desde el primer momento por el reputado paleontólogo Teuku Jacob, que siempre afirmó que el denominado “hobbit” era un pigmeo austromelanesio afectado por microcefalia.
Buena parte de las controversias se han debido a la ocultación de los fósiles y a la instrumentalización política. Equipos y países enfrentados que intentan impedir que la ciencia fluya bajo una premisa de abierta colaboración y respeto. Es probable, como afirma María Martinón (CENIEH), que la solución al enigma de Flores sólo pueda encontrarse mediante la colaboración entre equipos y disciplinas científicas diversas.
En España tenemos un caso similar. Estos días ha estallado de nuevo la polémica respecto a un presunto cráneo humano en Orce (Granada) hallado en 1992, al denegar la Junta de Andalucía la excavación a un equipo internacional. ¿Tan difícil es dejar que los científicos hagan su trabajo?
Fuente:diariodeburgos.es
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